Del Quijote a Maquiavelo, o cómo engañarse a sí mismo engaña al resto.
- Gregorio Rodríguez
- 21 jun 2021
- 3 Min. de lectura
Hola, nuevamente. Hacía ya unos meses desde que publiqué mi más reciente artículo, un lapso de tiempo en el que tuve un largo proceso de reconsideración de ciertas opiniones que, hasta hace muy poco, mantenía con solidez.
Esta ocasión vengo a brindar un análisis, más político y filosófico que económico y financiero. Permitan que les comente que, entre las cosas a las que más acudí durante mi período de inactividad, fue a la literatura: me encuentro escribiendo una novela y mi afinidad por leer se quintuplicó en este tiempo. Fue de este modo que supe entretejer la política con la literatura; concretamente a Nicolás Maquiavelo con Alonso Quijano, aquel delirante hidalgo que, junto a su escudero Sancho Panza, emprendieron férrea marcha en busca de aventuras características de las novelas de caballería que hicieron enloquecer al protagonista.
La cuestión es que hay un punto en el que estos dos personajes, uno real y otro ficticio, se conectan y permiten fabricar una tesis entre ellos acerca del engaño.
Considero que es lícito tener sabidas, preliminarmente, las siguientes cosas:
Alonso Quijano, el tan célebre Quijote de La Mancha, es un personaje creado por el español Miguel de Cervantes Saavedra, quien con el propósito de parodiar las novelas de caballería que imperaban en su sociedad, fomentadas en buena parte por su compatriota Lope de Vega, creó un hombre que, de tanto leer novelas de caballería, enloquece y se obsesiona con imitar a los protagonistas de aquellas lecturas. Al anterior hecho, hay que sumar que Cervantes luchó contra el Imperio Turco durante las invasiones a España; lucha bélica que, dicho sea de paso, le valió el apodo de "el manco de Lepanto", pues el coste de defender a su patria fueron un tiro en la mano izquierda, que a duras penas sobrevivió, durante la batalla de Lepanto; aunque, en síntesis, podemos concluir que, la idea del caballero que se plasmaban en dicho género literario, suponían para Cervantes, y con razón de haber sido un soldado, una burla a la labor.
Nicolás Maquiavelo, aquel infame intelectual italiano, fue el primer pensador de la ciencia política moderna. Fue conocido por tres de sus tantas obras, El Príncipe, El arte de la guerra y Discursos sobre la primera década de Tito Livio; pero, para este artículo, nos vamos a centrar en una de ellas, El Príncipe. Dicha obra se publicó en un contexto particular de la Italia renacentista, en la que dicha nación enfrentaba una crisis política durante la era de los Médicis. Vista esta situación, Maquiavelo se retira a su finca en San Casciano, donde escribe esta obra, en la que ofrece un diagnóstico y una salida a la crisis. Nicolás abogaba la separación de la moral y la política, tema sobre el cual brindó un dicho muy acertado, cual es:
Es necesario ser un gran simulador y disimulador; y los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que quien engañe, encontrará siempre quien se deje engañar. Cada uno ve lo que parece, pero pocos palpan lo que eres. La poca prudencia de los hombres impulsa a comenzar una cosa y, por las ventajas inmediatas que ella procura, no se percata del veneno que por debajo está escondido.
Esta frase, entre otras, han sido la causa de que hoy, la palabra maquiavélico, indique una definición horrenda. Es que Maquiavelo era, en su momento, lo que hoy se conoce como "políticamente incorrecto", confesamente:
Juzgo imposible describir las cosas contemporáneas sin ofender a muchos.
Pero volvamos a lo que nos compete hoy. Maquiavelo plantea, en esencia, que la política es el arte de engañar, y esa creencia se puede ver comparada en un hecho de la trama de la Segunda Parte del ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, en la que Quijano recupera la cordura, pero, quienes parecen querer mantenerlo en la fantasía de lo que vivía en su episodio de los molinos de viento, son sus pares. Y es en este hecho en donde los caminos de Maquiavelo y Cervantes se unen: a veces, el engañar, o convencerse de una mentira, puede generar un hecho benéfico. Para Maquiavelo, ello genera una figura mesiánica en un territorio que habita gente gobernable, que era, en definitiva, la solución que proponía a la crisis política italiana; para Cervantes, produce que, una persona en sus últimas instancias de vida, pueda vivir feliz y aventurada en su imaginación misma.
Podemos concluir, en fin, que el engaño, si se usa bien, es una auténtica cualidad, y no una muestra de incompetencia. Y con motivo de la efeméride del fallecimiento de Nicolás, quien marcó sólidamente mi vida intelectual, ratifico este artículo como una carta de evidente admiración para él, a la par que una novela paródica para Cervantes.
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